La priorización de las dinámicas transnacionales y el servicio en las redes de comercio internacional que han adquirido los grandes puertos comerciales, pone en jaque el apoyo que estas infraestructuras puedan tener por parte de la sociedad. Esta rotura de un relato colectivo, que deja de entender el puerto como un activo al servicio del territorio, supone una debilidad que pone en riesgo la aprobación social necesaria para mantener la actividad portuaria, así como las inversiones públicas que pueda requerir.

El proceso de territorialización y conexión de la infraestructura portuaria tiene que incluir la construcción de un nuevo relato y reconocimiento social, para garantizar su permanencia a futuro. En este sentido, es clave reconocer los vínculos entre las simbologías fundamentales en la historia portuaria: el puerto como elemento de intercambio entre la ciudad de origen y otros mundos; y la conexión entre la tierra y el mar. Este patrimonio cultural se tiene que entender de forma dinámica para ser capaces de resignificarlo hacia el futuro. La proximidad al agua es un símbolo muy potente que puede incluir relatos más amplios que facilitan el arraigo de los nuevos imaginarios en una sociedad cada vez más diversa.

Esta aspiración se relaciona directamente con la apertura y la maximización del acceso público a la infraestructura portuaria, puesto que la activación del espacio y la posibilidad de uso por un mayor número de personas facilitará la apropiación y resignificación, tanto individual como colectiva, del espacio. La apertura ofrece la oportunidad de desarrollar el frente litoral y la infraestructura portuaria como un entorno pedagógico, transparente, accesible y dependiente entre las partes del ecosistema. Se trata, en definitiva, de nutrir las relaciones de cotidianidad con las infraestructuras portuarias y arraigarlas al tejido social y comunitario que las rodea.